Tierra de Gracia en Desgracia

TIERRA DE GRACIA EN DESGRACIA

Por Walter Maldonado

Cuando se supo que se podía clonar a un ser a partir de una simple célula, un amigo sonreía de la novedad e inventa que a Cristóbal Colón lo clonan en Nueva York. Cuando el ilustre navegante se asoma a la ventana del edificio donde le devolvieron a la vida y ve la cantidad de edificios, de carros, de miles de prósperas personas caminado sin problemas por aceras anchas y seguras; observando asombrado cómo esa ciudad representa el desarrollo logrado por la humanidad, dice en alta voz: Caramba, si así está hoy Nueva York… ¡cómo estará Macuro!

¿Macuro? Macuro es tan sólo un sitio en el extremo más oriental del estado Sucre, aquí en la Venezuela que lastimeramente algunos la llaman bolivariana. Si, es solo eso: un sitio. En Macuro,  Cristóbal Colón toco tierra continental americana por primera vez. Corría el año de 1498. Macro es un pueblo de pescadores que ni su pesca la pueden vender como es debido. Se celebran muy pocos aniversarios de la llegada de Colón; Macuro está tan lejos que allá pretenden exiliar la vergüenza.

En la ciudad de Cumaná, Primogénita del continente Americano y en ella hay un galpón que data de principios de los años 20 del siglo pasado. Era llamado la Coquera, porque en él se procesaba el coco y sus derivados. Era muy grande para su época. De la transformación del coco pasó a ser una embotelladora de la Coca Cola. La Coca Cola ya no se embotella en Cumaná. El galpón dejó de ser industrial. Hoy alberga muchos negocios de paisanos árabes. Hace unos años en varios de esos negocios se veía la foto del dictador de Siria: Al Assad, hoy ya no. Mueblerías, fuentes de soda, colchonerías, abastos árabes, estacionamiento. Hoy no se produce industrialmente nada, solo comercio. Cumaná es consecuencia de su propia historia. De ser una ciudad autosuficiente, emprendedora, industrial, innovadora, paso -como el galpón- de productora a comerciante. De producir a comprar.

Hacia 1998, desde la salida de Cumaná hasta Cumanacoa (una pequeña ciudad productora de caña de azúcar situada a unos 40 minutos hacia el sur), habían alrededor de unas 64 pequeñas granjas productoras de pollos. Algunas producían mil otras unos cinco mil pollitos. Generaban como mínimo unos 64 puestos de trabajo. Generaban ingresos como a mínimo a unas 64 familias. Cubrían un pequeño porcentaje de la demanda de pollo a la capital sucrense. Hoy no hay ni una sola granja en ese trayecto. Al igual que el galpón productor se pasó al comercio. Pero a diferencia del galpón, el mayor porcentaje del comercio del pollo no es privado, es del gobierno. En 1998 llegó Chávez al poder.

Esa Cumaná pronta a cumplir 500 años, tenía algo que la diferenciaba del resto de las ciudades de Venezuela: era pobre sin serlo demasiado; era culta sin resaltar demasiado, tenía sus discretos sembradíos, una flota pesquera de importancia, hacía tabacos mejores que los cubanos o nicaragüenses (un Don Quijote N° 6 es soberbio y es cumanés y es un verdadero puro), ni hablar de su ron y del don de gente de su gente. Pero en ese su discreto devenir tenía dignidad. Vivía de lo que producía, vivía hasta donde le alcanzaba la cobija, vivía bien. Y llegaron los mentirosos de  izquierda, de revolución, de emancipación y de independencia.

Y al grito revolucionario de libertad, esclavizaron la dignidad. La encerraron tras los barrotes del empleo en una instancia pública que pende de la discrecionalidad del ánimo del jefe, del sueldito esporádico de las misiones que obliga a infinitas colas para comprar algo para comer, la inflación también obliga y también es revolucionaria. Quieren el uso obligado de un solo color, de una sola estrella (la bandera venezolana tiene ocho) la que la revolución propicia no es venezolana. El chantaje en manos de expertos chantajistas. El grito de revolución queda en la espantosa impronta de un Gobernante que pone a Fidel por encima de todo un Pueblo, de toda una nación.

Pero es gracioso ver a un revolucionario directivo de la Nueva PDVSA, entrar vistiendo orgulloso una franela con la cara del Ché Guevara al imperialista McDonalds de la señorial avenida Gran Mariscal, chateando desde el más caro Blackberry que pudo hallar y discutir con su hijo que la Big Mac es para él y la Cajita Feliz para el niño.

En Macuro no hay ni Mc Donalds ni Revolución. Macuro debe quedar en el olvido, porque Colón era capitalista y buscaba una ruta comercial cuando se topó con un continente. La revolución debe esconder la historia, convertirla en droga (como la que pasa por Macuro protegida) para que en la somnolencia de una mirada borrosa, el pueblo crear que todo va bien.

Escrito por Walter Maldonado